Decía Nietzsche que la moral es una fuerza terrible y engañosa que ha destrozado a la sociedad entera. Un concepto que llevamos a cuestas desde que nacemos, prácticamente, y que se volvió mucho más importante cuando las religiones monoteístas lo descubrieron como instrumento de control. La moral tiene que ver con lo que está bien y lo que está mal, y la forma en la que actuamos con respecto a ese extraño maniqueísmo. Los grises se diluyen en una escala que solo encuentra comprensión en el blanco y el negro, lo bueno y lo malo, lo apropiado y lo vulgar. La moral puede llegar a ser muy útil en los primeros años para hacer entender a aquellos que todavía no han desarrollado un pensamiento crítico los límites de sus acciones. Violentar a los demás está mal. Insultar está mal. Ayudar al que lo necesita está bien. Pero con el tiempo, todos vamos desarrollando nuestro propio pensamiento, entendiendo que hay luces y sombras en cada concepto.
La moral se ha centrado no solo en las acciones vitales públicas, sino también en las privadas, y es aquí donde el conflicto entra en uno de sus mayores problemas. ¿Quién tiene derecho a decidir lo que está moralmente aceptado dentro de una relación carnal entre dos personas adultas y conscientes de sí mismas? ¿Por qué la moral nos dice que está mal tener relaciones con alguien de nuestro mismo sexo, si es lo que sentimos desde nuestro más profundo deseo? La moral como instrumento de control es tremendamente eficaz en tanto que funciona como un arma masiva, utilizada por la propia sociedad para mantener una hegemonía. Pero siempre hay personas que escapan de esa moral tan cerrada porque entienden que no es para ellos, que no necesitan quedarse con esos límites, ya que al final no son realmente necesarios. No se le hace daño a nadie amando, o teniendo sexo con otras personas, por más que algunos piensen que es algo vulgar. Partiendo de esta base, habría que plantearse por qué dedicarse al sexo y la pornografía sigue siendo hoy en día una carga social y moral tan grande para los profesionales de la industria.
Un sector muy polémico
La pornografía ha existido como industria desde mediados del siglo XX, aunque antes ya había toda una serie de productos que buscaban el morbo como gancho. Y es que la sensualidad y el erotismo han estado presentes en el arte desde siempre. Sin embargo, el sexo nunca ha sido utilizado como generador de beneficios precisamente por esa barrera moral que siempre había imperado en torno a él. Cuando a finales de los 60 el tsunami del amor libre empieza a llevárselo todo por delante, el porno ve su oportunidad. Ahora la gente está más liberada sexualmente, se quita de encima los tabúes y aprende a canalizar su energía y su deseo, precisamente a través de las películas. Desde entonces, el sector ha cambiado muchísimo, siempre a la vanguardia de las nuevas tecnologías, asumiendo un rol muy incómodo para muchos. El porno sigue siendo un sector polémico hoy día, señalado como provocador de problemas muy graves, a pesar de que es puro entretenimiento.
Exponer su vida sexual e íntima ante las cámaras
La principal diferencia entre una actriz comercial, como podría serlo Helen Mirren por ejemplo, una actriz porno como Mia Khalifa es que está última tiene relaciones íntimas reales ante la cámara. Evidentemente, no vamos a entrar a valorar la calidad actoral de cada una de ellas, porque eso no nos compete. El cine pornográfico es, ante todo, ficción. Aunque el sexo que veamos sea real ante la cámara, es una situación que emula una fantasía, principalmente masculina, con el objetivo de generar deseo y morbo. Las actrices que participan en estas escenas no suelen tener formación dramática, pero deben prepararse para un tipo de actuación que seguramente no podrían hacer las estrellas de Hollywood. Al final, se trata de un trabajo como otro cualquiera… salvo por la carga moral que conlleva.
Los actores y actrices que se dedican al porno son conscientes de que la mayoría de la sociedad no está preparada para el contenido que hacen. Tienen que pelear no ya para dignificar su trabajo, sino sencillamente para ser tratados con respeto más allá de su oficio. A nadie se le ocurre criticar en su vida privada a un fontanero o a un profesor por algo que haga en su trabajo. Sin embargo, los intérpretes del porno son trabajadores del sexo las 24 horas del día, aunque lleven tiempo sin grabar. Su exposición ante las cámaras ha generado la imposibilidad de salir de esa industria tan fácilmente. Ahora, con Internet, los vídeos estarán para siempre en los servidores, y en los discos duros de muchos aficionados.
¿Son las actrices objetos sexuales?
Aquellos que defienden esa visión marginal del porno apuntan, como principal parte de su teoría, que esta industria denigra de manera soez y flagrante a la mujer. Es un argumento muy válido en los tiempos que corren, y desde luego que no les falta razón. El porno siempre ha sido una industria dirigida por hombres para hombres, ya que la mayor parte de la audiencia de este contenido es masculina. Las escenas, incluso aquellas en las que las chicas toman el mando, están enfocadas hacia la perspectiva del deseo masculino. ¿Esto convierte a las mujeres en simples objetos sexuales? El debate da para mucho más que responder con un “sí” o con un “no”. Hay muchas aristas en este tema y desde luego, no todo el porno es igual, aunque muchos así lo piensen.
Lo que sí es cierto es que hay actrices que, tras salir de la industria, han desvelado la cara más oscura de la misma, arrepintiéndose de haber participado en este tipo de escenas. La estrella Bree Olson, por ejemplo, llegó a ser una de las pornstars más potentes de los 2000. Sin embargo, llegada a cierta edad, el interés de las productoras ya es nulo por estas chicas. Ahora, acercándose a los 40 y con un currículum tan peculiar, Olson aseguraba que le costaba muchísimo encontrar un trabajo “normal” fuera de la industria. Estaba marcada de por vida, por una decisión propia, pero que ahora la lastraba en la búsqueda de nuevas oportunidades. Y no tenía tanto que ver con la sexualización de su cuerpo, como con la propia moral de la sociedad, recriminándole de manera implícita lo que había hecho.
El cambio de mentalidad
El porno sigue siendo la diana de muchos grupos conservadores, feministas o religiosos, que parecen ponerse de acuerdo solo en atacar a esta industria. Sin embargo, la sociedad está poco a poco cambiando su mentalidad, no tanto con el porno en sí, pero sí con sus intérpretes. Ya no se mira tan mal a esa chica que ha aparecido en algunas escenas y ahora quiere hacer otras cosas dentro de la música, la moda o incluso el cine comercial. Sasha Grey, por ejemplo, superó su estigma de ser estrella del porno con solo 19 años, y se ha convertido en una intérprete requerida por algunos de los mejores directores de Hollywood. Las nuevas generaciones tratan de no ser tan cerradas en lo que a juzgar a los demás se refiere, y eso es un alivio en un mundo donde la moral sigue siendo una trampa casi insalvable.